Pianistas y pianistos, líderes y líderas

Los logros que en los últimos años se han obtenido en el campo de la igualdad de la mujer son más groserías que conquistas. Se supone que deberíamos considerar un logro en la lucha por la igualdad que ahora se emplee el femenino de cada sujeto. Ya no se debe decir, por ejemplo, niños sino niños y niñas, ministros y ministras, presidente y presidenta, ciudadanos y ciudadanas, reos y reas, y así sucesivamente.  ¿Por qué los hombres no exigen que se diga economistas y economistos, por ejemplo, o periodistas y periodistos?  ¿Cuál es logro en esto?  Yo, la verdad, no lo veo.  Así como tampoco veo ningún logro en que se obligue a las instituciones a tener un determinado porcentaje de mujeres en la nómina ¿por qué imponerlo, por qué limitarlo?  La lucha por la libertad y por la igualdad no debería tener distingo de sexo y todas estas imposiciones lo que hacen, a mi parecer, es dejar bien sentado que tan distintos son los hombres de las mujeres que ellas deben tener un trato especial, como si habláramos de seres humanos con limitaciones, que necesitan apoyo externo para su incorporación a la sociedad.

Este año (2005) aparece un comercial de una cerveza que se burla de algunas conductas femeninas.  En la edición aniversaria de un diario de circulación nacional, dedicada a la gran mujer venezolana, esta cerveza pagó espacios publicitarios, razón suficiente para que muchas personas se sintieran ofendidas de que se le permitiera a esos misóginos (así los llaman) publicar sus degradantes anuncios en el periódico.  Se están buscando firmas en contra de la marca de cerveza en cuestión, porque resulta intolerable que se publiciten comentarios jocosos de tinte machista.  Pero también hay una cuña de un detergente que ofrece doscientos gramos de más y dice algo así como que es tan obvio que la bolsa es más grande que ¡hasta un hombre puede notarlo!  ¿No hay una burla a la capacidad intelectual del hombre?  No he escuchado protesta alguna contra ese comercial, ningún hombre le presta atención a ello ni se sienten ofendidos.  ¿Por qué entonces hay mujeres que aún insisten en el establecimiento de sanciones para quienes deciden usar el humor sexista cuando está dirigido a la mujer, pero callan cuando el blanco son los hombres? ¿eso no es desigualdad?

El piropo como agresión cotidiana

Empero, mientras la atención de las “luchadoras por la dignidad de la mujer” se concentra en un anuncio publicitario alusivo a determinadas conductas femeninas, en Venezuela todas las mujeres son agredidas a diario, en cada calle, en cada centro comercial, por comentarios y actitudes de hombres comunes y corrientes que siempre tienen algo que decirle a cada mujer que cruce en su camino.  No hace falta estar vestida estilo “streeper”, no es exclusivo de las mujeres que exhiben sus atributos un poco más de la cuenta, tampoco de las chicas demasiado bellas; cualquier mujer en cualquier calle, con tan solo salir de su casa, se arriesga a ser tratada como un verdadero objeto sexual por cualquier hombre que se le ocurra un comentario subido de tono.  Los más decentes sólo lanzan una mirada de aprobación, quizá una sonrisa y allí se quedan.  Otros tantos siguen a la mujer con la mirada cargada de libido; pero la mayoría –dependiendo del estrato social– tiene siempre algo que decir: mamita, que buena estás, voltea para que te enamores, cosita rica… y decenas de cosas por el estilo.  Hay mujeres que caminan cuadras enteras con un idiota detrás diciéndole cosas; algunas sufren los acercamientos de algún tipo que sencillamente le dio la gana decirle algo al oído, otras menos afortunadas son víctimas de roces, agarrones y hasta violaciones.  Todo esto ocurre sin que exista una ley que proteja a la mujer de los abusos reales de los simios con cédula de identidad que transitan las ciudades venezolanas y mientras tanto, en lugar de luchar por ello, algunas mujeres se enfrascan en una pelea con una cervecera por los mensajes de las cuñas.  Hay quienes dirán que lo uno es efecto de lo otro y que suprimiendo este tipo de mensajes la mujer recibirá un trato más respetuoso, pero yo creo que la lucha de la mujer hoy debe ir mucho más allá de pelear un chiste machista.

En Venezuela, y yo diría que en buena parte de América Latina, falta mucho camino por recorrer cuando de respeto a la mujer se habla.  No son extrañas las historias de mujeres que al denunciar agresiones físicas de sus parejas son abordadas por preguntas inquisidoras por parte de los funcionarios que reciben la queja. Las mujeres víctimas de abuso sexual no reciben ni el trato adecuado de las autoridades ni justicia a su favor.

Así, el caso de Linda Loaiza, la joven de dieciocho años que fue secuestrada, violada y torturada en el 2001 y cuyo caso quedó enterrado en el olvido, sin que se produjera una reacción en cadena de las mujeres en todo el país. Ni siquiera las diputadas de la Asamblea Nacional asumieron el caso de esta mujer como una bandera de lucha por la justicia femenina.

Si esta es la actitud de las mujeres, las autoridades, los representantes del cuerpo legislativo y los jueces de una sociedad que honra tanto a sus mujeres y se vanagloria adjudicándole el adjetivo “grande”, ¿qué se podría esperar de aprobarse una ley donde la mujer que es abordada de forma grosera en la calle pueda denunciar a su agresor?  Me imagino que llegará a un módulo policial, señalará al sujeto que le dijo una obscenidad y los policías le dirán algo así como “quién la manda a vestirse así”.  Las solidarias mujeres venezolanas opinarán que se lo buscó por exhibicionista y los hombres comentarán entre risas que si ahora los van a poner presos por decirle mamita a una mujer en la calle las cárceles se llenarán en dos horas.  Es decir, la sociedad venezolana ha asumido como conducta normal el irrespeto a la mujer, de hecho, muchas personas piensan que un piropo callejero, no deseado y a veces cargado de connotaciones sexuales, es un cumplido, que a las mujeres les gusta escuchar de un extraño en la calle frases como “estás rica, ese culote o estás buenota”.  Quizá algunas lo disfruten, no lo dudo, pero al observar las expresiones faciales y corporales de las mujeres en la calle que son abordadas por este tipo de “hombres”, yo puedo deducir que no son todas y ni siquiera son mayoría las que se sienten a gusto con ese comportamiento del pitecántropos criollo.

En la política venezolana ha habido nombres de mujeres muy importantes, que suelen pasar por debajo de la mesa por carecer de esa superficialidad tan sabrosa que atrae la atención en este país.  Así, los nombres de Maritza Izaguirre, Ruth de Krivoy, Esther de Margulis, Argelia Laya, Alicia Pietri de Caldera, Mercedes Fermín, Paulina Gamus, Sofía Imber, Evangelina García Prince, Mercedes Pulido de Briceño quedan en el olvido para darle cabida a otras mujeres que, con o sin talento, son mucho más reconocidas por atributos o carencias muy distintas a los logros que pudieran haber alcanzado.

Por un lado están las barraganas  presidenciales que todo el mundo recuerda: Blanca Ibáñez y Cecilia Matos, en contraposición a los valores de las esposas legales de los presidentes Lusinchi y Pérez, madres y esposas abnegadas que aguantan lo que sea por los hijos y el esposo.  Más recientemente surge el nombre de María Isabel de Chávez, aquella mujer que conquistó en la cárcel al hombre que había intentado acabar con la democracia venezolana en 1992.  Sin importarle que fuese casado, la señora pasó de ser la amante a primera dama de la república (las minúsculas son intencionales y reflejan el grado de respeto que le profeso).  Esta Evita moderna logró, gracias a ser la esposa del presidente, un puesto en la Asamblea Nacional Constituyente; jugó el papel de luchadora social, abrazó niñitos y ancianos, saludaba desde el balcón como lo hiciera Evita en sus buenos tiempos, sonreía la señora del presidente…  Pero detrás de la mujer que soñaba con ser el rostro de la lucha de las mujeres venezolanas corrían los rumores de violencia doméstica, nada más y nada menos que en la casa presidencial.  La mujer que quiso ser luchadora no era más que una víctima de los ataques de ira de su esposo, de infidelidad y posterior abandono.  La luchadora se convirtió en víctima y pasó a la historia con más pena que gloria –luego de que le pidiera al padre de su hija, en un último acto de valentía, que renunciara a la presidencia de la República, por la paz del país.  Hasta allí llegó la historia.

SÍ PAPI/NO ME JODAS. CONDUCTAS EXTREMAS DE LA MUJER VENEZOLANA. 2005.